La
elección y toma de posesión de los alcaldes de los 8.115 ayuntamientos que
existen en España, con sus 68.230 concejales, que vivimos ayer en España apunta
a algo más que un mero cambio político. Cambio donde realmente ha habido vuelco
electoral a favor de otras opciones políticas, y cambio necesario en la forma
de actuar para quienes han podido mantener el puesto tras la tormenta electoral
de mayo. Una cosa ha quedado demostrada más allá de las críticas suscitadas a
la nobleza de los pactos o a las críticas de alianzas que a algunos le puedan
parecer reprochables: es necesario un nuevo estilo de gobernar. Ese es uno de
los mensajes que los españoles hemos trasladado con las urnas. Los pactos son
lícitos y no pueden desprestigiarse en tanto no haya segundas vueltas.
Electorales o listas abiertas. Si hubiera éstas o aquellas, serían los propios
españoles quienes tendrían el derecho a decidir quién quiere que sea su
regidor. La idea de la lista más votada se nos antoja como un argumento de
escaso peso cuando alguien no ha obtenido la mayoría suficiente.
El
mensaje de cambio lleva implícito para quienes nos dedicamos a esta profesión,
nuevos estilos de hacer protocolo en las casas consistoriales y en las
instituciones oficiales en general. También los ciudadanos nos lo han dicho.
Deberíamos replantearnos los técnicos en esta cuestión hasta qué punto a veces
el protocolo más tradicional ha contribuido al malogramiento de nuestros
políticos. El actual protocolo y
ceremonial oficial no ha sabido evolucionar todo lo que debía y debe de dejarse
de contemplar como la herramienta o medio para garantizar la continuidad pese a
los cambios (no quiero decir con ello que haya que renunciar a tradiciones,
costumbres, etc., pero a lo mejor sí a
actualizarlas). Ese factor de
estabilidad institucional que aportaba el protocolo en los cambios debe dar
paso a una profunda transformación, la que reclaman los ciudadanos.
Francamente,
después de ver y analizar diferentes tomas de posesión del sábado pasado, daba
gusto observar la frescura de algunos eventos, que sin perder la solemnidad,
aportaban aire renovador y más próximo a la realidad ciudadana. Hemos visto ayuntamientos
que se abrían a los vecinos, actos que salían a la calle, personas que se
sumaban al feliz acontecimiento (quizá por la ilusión de que a lo mejor es
factible otra forma de gobernar), menos parafernalias –salvo algunas
frivolidades que también las ha habido- y, sobretodo, mayor sencillez. Incluso
en el tono de los discursos hemos apreciado otro estilo, incluso conciliador.
El
cambio protocolario presumible implica situar en el centro de la vida pública
al ciudadano. Debemos hacer un protocolo que de el protagonismo a quien lo
tiene, no al poderoso solamente. Habrá ocasiones en que deba centrarse en el
representante público, pero debe mirar al ciudadano. Confiemos en que los
nuevos gobernantes o quienes han renovado su confianza hayan captado el mensaje
de los electores, y no se queden solo con la simpleza absurda de que lo que hay
que hacer es cargarse al protocolo y a sus técnicos. No. Solo estos, si son
verdaderos profesionales, serán capaces de actualizar las formas de visualizar
la actuación pública y de fomentar la conexión entre las instituciones y sus
ciudadanos.
Llega
la hora de un protocolo renovado que dé respuesta a los nuevos tiempos y vista
la manera de actuar y los deseos que se han expresado, uno se da cuenta de que
ahora más que nunca se necesita otro protocolo, el que de verdad no asfixie y
encierre al político, sino que le acerque, que le saque de su despacho, que le
mantenga con los pies en el suelo. Un protocolo que facilite el entendimiento
institucional y muestre el lado humano de quienes tienen que gobernarnos. Un
protocolo que genere ilusión, confianza y mensaje. Un protocolo que sea capaz
de trasmitir los cambios que se avecinen.
Prescindir
de coches oficiales, dietas, rebajar salarios, disminuir los cócteles, no
es protocolo. Eso es otra cosa y, por
cierto, de eso se puede prescindir fácilmente. Protocolo es facilitar la
comunicación entre gobernantes y gobernadores, estableciendo los cauces debidos
y los ordenamientos oportunos. Para ello hay que más gestores y menos
“mayordomos” de voluntades partidistas, partidarias o personalistas.
Señores políticos, se equivocarían mucho si piensan
que cargándose el protocolo (como algunos ya han dicho) van a resolver la mitad
de sus problemas. Acertarían bastante si pidieran y exigieran a sus
profesionales que se pongan las pilas y planifiquen mecanismos consecuentes con
los nuevos estilos que pretenden establecer. Pero al margen de los políticos,
los propios ciudadanos también hemos dicho a través de las urnas que queremos
otro estilo de gobierno y eso necesariamente implica también otra manera de
hacer protocolo. Tocan cambios en todo, y protocolo no es la excepción. Es el
primero que debe dar un paso al frente. Ayer lo vimos.